Alguien se acerca y dice: “Quisiera aprender a escribir”. Un extraño plan, o ruego. Primero porque es difícil concluir qué significa “aprender a escribir”, para un alfabetizado que sabe escribir, o qué significa “aprender” para un adolescente o un adulto que quieren hacerlo; luego porque si el que formula el pedido no acaba de comprender lo que hace, el que lo recibe difícilmente pueda saber qué le están formulando o pidiendo; finalmente, del entramado de las fantasías cruzadas del coordinador y los asistentes algún plan se suele delinear, aunque la forma que tomará para uno y otros es impredecible. Quizás el taller no sea más que el ámbito del malentendido, pero hay que admitir que también lo es cualquier escrito literario.
El que va a un taller tiene una pregunta. Asiste con el fin de contestarla, sin embargo escribe y se ejercita para construirla. Si en el taller no hay lugar para su pregunta, o se la cancela con una respuesta, no tiene nada más que hacer allí. Alguien cambia de taller o deja el taller cuando tiene un problema con la pregunta.
También el escritor es alguien que trabaja para que su pregunta pueda seguir sosteniéndose. Escribe mientras falte la respuesta, mientras la pregunta no se resuelva. Las tertulias, los amigos escritores, las revistas, la autocrítica de los propios textos, dicen que la situación del escritor es en este punto parecido a la del asistente al taller: la literatura toda es la manifestación de que existe una pregunta. La literatura, además, es la manifestación de la necesidad del otro. Una pregunta que se formula exige virtualmente la presencia del otro y el taller es uno de los lugares donde otro u otros son la garantía de su formulación.
El coordinador de un taller no tiene la respuesta, y si la tiene debe callar: su función es sostener la pregunta.
El peligro del taller está ahí, en la posibilidad de que ofrezca todas las respuestas; de un ámbito semejante qué puede salir más que un escriba: alguien ducho en realizar su tarea conforme a lo que otro le indica. Alguien entrenado en la creencia de que hay respuestas, otro las tiene, y uno puede llegar a ser ese otro. Cuando se está dispuesto a aceptar que la preguntas pueden ser clausuradas por otro, o siempre son clausuradas por otro, el otro puede ser una persona pero también una tradición, una costumbre, una moda, una institución, una oportunidad.
El que pretende tener todas las respuestas, la presunción misma lo demuestra, es un perfecto ignorante, y no es de un régimen de sumisión a la ignorancia de donde suelen surgir los escritores, salvo cuando se le rebelan. Por su parte la creencia de que alguien clausuraría o podría clausurar todas las preguntas impone en el taller una tranquilidad generalizada, comunitaria, que resulta en un pequeño desastre literario: cuando el taller facilita o impone un juego de respuestas colectivas ante cualquier pregunta, duda, inquietud, ansiedad o angustia individual, lima la singularidad del escritor mediante la seguridad de la formula común.
El taller es clásico, está emparentado con escritura misma y sus primeras manifestaciones se confunden con las de la literatura, tal como lo concebimos hoy: en Grecia y luego en Roma, desde antes de la era cristiana, los jóvenes se formaban en la retórica, uno de cuyos momentos fundamentales era la excertatio. Ejercitarse en las posibilidades que ofrece el lenguaje.
Escribir por ejemplo poemas, lo mismo cabe para cualquier género, es aprender a escribir poemas. Cuando se quiere seguir escribiendo poemas, se sigue aprendiendo a hacerlo. Cuando ya se aprendió a escribir poemas se los sigue escribiendo pero algo falla. El arte de hacer con las preguntas se transformó en el oficio de hacer con las preguntas.
Aprender a escribir es esperar aprender a escribir. En la espera el presente y el futuro se conjugan. Esperar algo, que llegue el escrito, y cuando llega, esperar que funcione. Esperar algo, ser escritor y cuando se lo es, esperar seguir siéndolo. La espera, el tiempo que es todos los tiempos, para el escritor se limita a la literatura. Se pueden esperar otras cosas, incluso sin salirse de la literatura, dejando de ser escritor.
La situación más interesante del que se acerca a un taller, como la de algunos escritores, es la del principiante. El asombro permanente, renovado: que los ojos no lleguen a cubrirse por la pátina de la costumbre o el velo de la moda.
El taller multiplica los escritos, lo que una vez más asusta a algunos escritores. (¿Por qué? ¿Porque asusta la abundancia? ¿Porque allí se es uno más?) el temor es infundado: dentro o fuera del taller el escritor es el uno menos, el uno que se sustrae; la literatura por su parte es el ámbito de la escasés: en ella persisten los muy pocos escritos, de taller o no, que se sobreponen a la mayoría; el resto se suma al olvido, que literariamente es una forma discreta de juicio final.
La literatura y el olvido: de eso se trata el aprender a escribir. El taller tiene que ver con la manufactura del poema, con el momento que se olvidará. La literatura tiene que ver con los resultados de ese momento, unas palabras que, en el mejor de los casos por sus méritos, no se quieren o no se pueden olvidar.
Jorge Santiago Perednik
Jorge Santiago Perednik nació el 29 de enero de 1952 en Buenos Aires, Argentina. Es desde 1991 Director del Programa de Altos Estudios en Poesía de la Universidad de Buenos Aires. Fundó en 1980 la Revista de Poesía XUL. Signo viejo y nuevo que actualmente coedita. Es autor de una gran cantidad de libros de poemas, ensayos y traducciones, entre ellos:
Poemas
1. Los mil micos (Buenos Aires, Anagrama, 1979)
2. El cuerpo del horror (Buenos Aires, Tierra Baldía, 1981)
3. El shock de los lender (Buenos Aires, XUL, 1985)
4. Un pedazo del año (Buenos Aires, XUL, 1986)
5. El fin del no (Buenos Aires, El Caldero, 1991)
6. Variaciones pad in (Postypographika, 1996)
Ensayos
1. Poesía Concreta (Buenos Aires, CEAL, 1982)
2. Nueva Poesía Argentina durante la dictadura (Calle Abajo, 1989; 1992)
3. Freud y la fantasía del poeta (El Caldero, 1992)
4. La invención de la poesía (Tres Haches, en prensa)
Traducciones
1. Milton, Areopagitica (CEAL, 1982)
2. Antología de la poesía norteamericana del siglo XX (CEAL, 1983)
3. William C.Williams, La música del desierto y otros poemas (CEAL,1988)
4. Phillip Sollers, Joyce y Cía. (XUL, 1994)
5. Jacques Derrida, Qué es la poesía (XUL, 1995)
6. E.E.Cummings. Poemas (Editorial Tres Haches, 1995)
7. Charles Olson, Poemas. (Editorial Tres Haches, 1996)
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